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mercredi 29 avril 2009

DIOS

La irremplazable voz en el desierto erra una vez más. Se impregna con el aire, pernocta con el polvo en las noches. Pregunta la voz desconsolada por nosotros; pero nosotros, sordos, ciegos, no queremos ver ni oírle nada. La voz encadenada a su estigma, llora de amargura. Cuánta soledad brilla con el aire, cuánta pena se remueve con el polvo. Busca una morada en cada cosa, en cada onda, en cada uno de nosotros y nada. Inmenso, vaga triste su ser, en el cuerpo de un hombre viejo y cansado de buscarnos. ¡Cómo huirle cada vez que nos habla en el más antiguo silencio! Vamos, acerquémonos a ver el mar, la noche, el desierto donde mora la desnuda voz encadenada; procurémosle un manto de alegría. Ya cae la tarde. Ya no quedan siglos sino pasos para oírle una vez más.